París! He cumplido un sueño que llevaba demasiado tiempo anhelando. Recuerdo ser pequeñita y ya soñar con París, con recorrer sus calles, con poner boquita de piñón y hablar ese maravilloso idioma que suena a música y a palabras de amor. Sigo sin hablar más de tres palabras de francés, sin lograr elaborar una frase que con mi fantástico acento suene comprensible, pero lo que han visto mis ojos ya no me lo borra nadie de la retina. Llevo la luz de París pegada a las pupilas para siempre, y tengo imágenes para compartir con vosotros duarnte una buena tenporada. Como es imposible enseñaros todo en una sola entrada, voy a comenzar por el que fue nuestro barrio de residencia durante los 5 días que pasamos en la ciudad. No podía ser de otra manera, lo tuve claro desde el principio. Mi barrio sería Montmartre.
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Florencia: la promesa de volver.
Florencia es una ciudad para ser visitada con calma. En nuestro caso no fue así, pero la visita era obligada: iba a reencontrarme con viejos amigos diez años después. No dudaron en hacerse 3 horas de coche hasta Florencia para comer con nosotros y guiarnos en una visita exprés por las calles de esta ciudad, lo cual me hace sentir muy orgullosa y con la satisfacción de que algo hice bien con ellos. Fue un placer reunirme de nuevo con Christian, Andrea y Humberto.Gracias, gracias de corazón!
Siena: los detalles sí importan.
Ya estamos en tiempo de viajes y de vacaciones y una entrada dedicada a esta maravillosa ciudad no podía faltar. Siena fue un auténtico descubrimiento para mí. Antes de realizar un viaje, suelo planificar los lugares a visitar y normalmente los visualizo a través de imágenes de otros viajantes para ver si pueden ser de mi gusto no. Pues precisamente, Siena no la tenía controlada. Era una ciudad que se nos escapaba un poquitín de la zona que íbamos a recorrer (no demasiado, hora y media en coche), pues la idea era no pasarnos demasiado tiempo conduciendo. Sin embargo, la metí en el itinerario a última hora, y fue uno de los mayores aciertos de ese viaje.
Barcelona: El reencuentro.
Hacía más de diez años que no visitaba Barcelona. En mi primera y única visita, allá por el año 2000, me dediqué a visitar contra reloj todo aquello que suele visitarse en Barcelona cuando se va por primera vez: El Parque Güell, la Casa Batlló, la Casa Milá, etc… Esta vez no fue así. Esta vez me dediqué a redescubrir la Barcelona que se me escapó entre los dedos en aquel momento, y a disfrutarla con el bolsillo más vacío que lleno. Porque las cosas como son: Barcelona es bona si la bolsa sona. Mucho que ver, pero eso sí…previo pago. Así que como la visita cultural ya la había hecho, tocaba relajarse y dejarse llevar.
Cortona: la realidad supera la ficción.
Cortona. Antes de pisar Italia ya sabía que este lugar iba a ser especial. La primera vez que supe de su existencia fue a través de la película “Bajo el sol de La Toscana”.En ella ,una escritora recién divorciada compraba, en un repetino ataque de locura, una villla a las afueras de este pueblo en un intento de rehacer su vida lejos de la ruidosa Nueva York. Dejando a un lado la película, aconsejable tan sólo si se quiere babear durante unas dos horas con los maravillosos escenarios de la misma, tengo que decir que Cortona superó las altas expectativas con las que llegué, incluso a pesar del turismo abrumador que puedes encontrarte en pleno mes de Agosto.
Arezzo:el olor del tiempo.
Arezzo, allí donde el tiempo se quedó anclado. Tener la oportunidad de conocer esta ciudad justo el fín de semana que celebra su Fiera Antiquaria es toda una suerte. Y es que esta feria tiene lugar solamente una vez al mes, concretamente el primer fín de semana de todos los meses del año. En dos días, la ciudad se llena de gente, y el casco histórico de la ciudad se convierte en un monumental mercado de objetos antiguos y obras de arte. Las fachadas de la Piazza Grande se cubren de banderas con los escudos de los cinco barrios que componen la ciudad. Y el olor a un tiempo pasado aflora por todas partes.
Anghiari: La causalidad.
Habéis leído bien, sí. CAUSALIDAD, que no casualidad. Explicar el origen de este viaje es algo complicado. Yo es que no creo mucho en las casualidades, si no en las causalidades, en que todo ocurre (o no ocurre) por una razón. Lo cierto es que después de este viaje aún no me queda muy claro qué artimaña tramaba el destino, pero estoy convencida de que algún día lo entenderé. La cosa, para que me entendais, es que sin tener ni idea hasta unas pocas semanas antes de partir hacia Italia, es que yo acabaría en medio de La Toscana en la casa de la que fuese vecina de mi abuela a miles de kilómetros de allí unos 40 años atrás. De película, no? Pues juro que es verídico. Es una historia que me encanta contar por lo sorprendente, porque cuando empezamos a planear el viaje yo sabía que iba a conocer a la abuela de una amiga (que viajaba con nosotros) que entró en mi vida hace relativamente poco tiempo, pero no me podía imaginar el resto de la historia. Conchita Quesada, asturiana que emigró a París y de allí a Italia. Sandra del Busto, su nieta y mi amiga,parisina que desde hace unos años vive en Asturias, concretamente a dos portales de la casa de mis padres. A mí que no me digan que no es una historia para contar…De una manera u otra, el caso es que este viaje comienza a vivirse aquí, en Anghiari, pueblo toscano en el que dejé un trocito de mi corazón.
Berciana por amor.
Esta entrada era absolutamente necesaria. Ya empezaba a ser urgente, pero sobre todo es necesaria. El Bierzo, esa parte de la tierra que me ha dejado boquiabierta, esa parte del mundo en la que todo está en sintonía y parece un isla de paz en medio del caos. Sin duda, un lugar para escapar y disfrutar. Sus paisajes, su olor, su sabor…SU GENTE.
Val D’Arán: campamento base.
El pasado mes de Septiembre fue un mes de viajes expréss. Los días de vacaciones dan para muy poco, y a nosotros nos gusta aprovecharlos todo lo posible. Así que nos escapamos a Lleida, concretamente al Valle de Arán, en una visita que duró poco más de 72 horas.
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Lisboa: miradas de pies a cabeza.
Es sencillo entender por qué digo que Lisboa requiere miradas de pies a cabeza. Yo ya lo sabía antes de encontrarme con ella cara a cara, pero verte abrazada por su manto va mucho más allá de las palabras. Para entender lo que digo, no hay más que abrir los ojos y mirar hacia tus pies. Adoquines. Adoquines que regalan historias a cada paso. Calles empedradas que dibujan mil formas. Mosaicos que salpican el caminar. Ahora abrimos los ojos y miramos hacia arriba. Fachadas. Fachadas cubiertas de azulejos de colores, que sin duda tuvieron un pasado más brillante, pero que hacen del mirar una delicia. Y poco a poco nos van llegando el resto de cosas: balcones, personas que hacen vida en los balcones, música, y también tráfico, sirenas y caos.
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